Desde que nacemos hasta que morimos, en cada interacción social, con personas conocidas o desconocidas, con las que tenemos relaciones afectivas o puramente normativas, y en cualquier situación o circunstancia, construimos expectativas sobre lo que “debería ser”.
Las expectativas son creencias sobre cómo deberíamos actuar, cómo tendría que comportarse una persona o cómo esperaríamos que transcurriera una determinada situación.
Estos constructos mentales son necesarios y útiles, son atajos mentales que nos ayudan a movernos en el mundo y en nuestras relaciones. Sin embargo, existen diferentes situaciones en las que las expectativas pueden jugarnos una mala pasada:
- Si las expectativas no son realistas. Cuando las expectativas no se ajustan a la realidad, ya sean las que tenemos sobre nosotros mismos, sobre los demás, o las de los demás sobre nosotros, puede verse minada nuestra autoestima y nuestro sentimiento de autoeficacia.
Por ejemplo, una persona cuya expectativa es ser perfecta en todas sus relaciones, mostrarse siempre agradable, no sentirse molesta por nada y no tener conflictos, sufrirá un fuerte malestar cada vez que no consiga esta meta completamente irreal.
- Si mis expectativas no se cumplen. Cuando no se cumplen nuestras expectativas, sobre nosotros mismos, sobre otra persona o sobre una situación, se desencadenan emociones desagradables, entre las que destaca la frustración y la sensación de estar perdido.
Por ejemplo, si una persona esperaba ser aceptado en un proceso de selección para el que se había preparado durante meses, pero esto no ocurre, probablemente se sienta perdido y desesperanzado.
- Si mis expectativas sobre mí y tus expectativas sobre mí no coinciden. Cuando nuestras expectativas y las de los demás no coinciden, puede afectar tanto a nuestra percepción de nosotros mismos como a la relación con la otra persona.
Por ejemplo, si un padre o una madre espera que su hijo/a se dedique a la abogacía, para continuar con la tradición familiar, pero él o ella desea otra trayectoria profesional, es probable que se genere un conflicto.
Dentro de esta categoría se encuadrarían las expectativas en las que nos queremos focalizar en este artículo, y que podríamos denominar como normas o estándares sociales. Con este concepto nos referimos a aquellos supuesto logros que tienen que producirse en la vida de toda persona y, generalmente, a una determinada edad, porque así lo esperan nuestras familias, amigos, conocidos y, en definitiva, la sociedad.
¿QUÉ ESPERA LA SOCIEDAD DE MÍ?
Las normas o estándares sociales varían en función de aspectos como, por ejemplo, nuestro sexo, edad, país, profesión o nivel socioeconómico. No obstante, existen algunos que podríamos considerar generales a cualquier persona.
Aunque existen expectativas sociales para todo nuestro ciclo vital, muchas de ellas se concentran en el periodo de tiempo entre el final de la juventud y el inicio de la adultez. En estos años, se esperan muchas cosas de nosotros, quizá demasiadas, motivo de que nos hayamos centrado fundamentalmente en estas expectativas sociales. Concretamente en este periodo, el momento de mayor incertidumbre es posiblemente cuando finaliza la etapa formativa y la persona se lanza a la vida laboral ya que, de alguna manera, hasta ese punto únicamente ha tenido que seguir el sendero ya establecido. Veamos, ¿qué se espera de nosotros en este tiempo?:
- Se espera que acabes la Educación Secundaria Obligatoria y sepas en qué quieres formarte (en principio, para el resto de tu vida, ojo).
- Se espera que, entorno a los 22 ó 24 años, hayas terminado tu formación superior y comiences tu vida laboral.
- Se espera que en unos 2 ó 4 años consigas un trabajo estable, con un buen sueldo y te lances a la vida independiente.
- Se espera que en estos años hayas ido construyendo una relación de pareja sana y estable para que, no tardando mucho, os emancipéis juntos (porque se espera que quieras tener pareja).
- Se espera que en otros 3 ó 4 años tengáis hijos/as (porque también se espera que quieras ser madre/padre). Este estándar depende mucho de tu sexo: si eres hombre, puedes agobiarte un poquito menos, pero, si eres mujer, antes de los 30 años ya estarás recibiendo el: “pero… ¿cuándo?, que se te pasa el arroz”.
- Se espera que, casi en cuanto puedas, vayas a por el resto de hijos/as (al menos dos, ¿no?).
- Y, a partir de aquí, se espera que seas la mejor pareja, el mejor padre/madre, el mejor profesional y, por supuesto, que te cuides mucho, hagas ejercicio, comas sano y cultives tu mundo interior.
- ¿Se te ocurre alguno más? Probablemente sí.
Igual estás leyendo estas líneas y preguntándote, “¿y qué problema hay?”. Pues la verdad es que varios… ¿Son cosas negativas? No, pero, ¿cómo lo vivimos?; ¿quiere esto la persona sobre la que se esperan tantas cosas?; igual lo quiere, pero, ¿lo puede tener?; ¿es realista considerando sus circunstancias?; ¿sabemos cómo le puede estar afectando a esa persona no conseguir estas expectativas? Son demasiadas preguntas sin respuesta. Generalmente, no somos conscientes ni del 10% de lo que está viviendo en su interior una persona, pero, aún así, emitimos expectativas sobre ella, seguramente sin saber cómo pueden llegar a afectarle.
En primer lugar, muchas personas no se sienten identificadas con todo lo que se espera de ellas. Algunas porque desean tomarse un año sabático al acabar de estudiar ya que aún no tienen claro su camino o, simplemente, porque quieren. Otras porque deciden cambiar de trayectoria profesional drásticamente. Otras tantas porque no quieren o no tienen una pareja, o porque quieren vivir un tiempo solas. Algunas porque no quieren tener hijos. Y habrá más…
En segundo lugar, este patrón social genera una fuerte presión sobre las personas. Tanto en consulta como en nuestro entorno personal, escuchamos continuamente frases del tipo: “ya debería tener un trabajo fijo”, “tengo (…) años, ya tendría que estar fuera de casa”, “porque si hago (…) no sé si es lo que se esperaría de mí con esta edad”, “cómo voy a dejar este trabajo para buscar algo que de verdad me guste… ya tengo (…) años”. La amplia mayoría de personas tras este tipo de frases, seguramente, están haciendo grandes esfuerzos por encontrar su camino y cumplir sus propios logros. Sin embargo, ser observados continuamente desde la lupa de “lo que se espera” mina sus esfuerzos y afecta a la percepción de sí mismos, haciendo que nunca nada parezca suficiente. Y hay pocas cosas más dañinas que la sensación de no ser suficiente.
¿Por qué hemos decidido centrarnos en este tema? Aunque es una cuestión que siempre ha estado presente, creemos que en los últimos años y con las últimas generaciones, se ha agravado enormemente. Posiblemente, uno de los motivos sea el fuerte contraste que existe entre los jóvenes de ahora y la juventud que vivieron, por ejemplo, los padres de los jóvenes actuales. Es comprensible que un padre o una madre espere para su hijo/a, al menos, lo mismo que él o ella tuvo. Sin embargo, es innegable que los jóvenes del momento parten de unas condiciones más complejas que las personas de la edad de sus padres cuando eran jóvenes (formación requerida, contratos laborales, precio de la vivienda…). Si pensamos en las personas de unos 50 años, ¿cuántos tenían trabajo prácticamente nada más acabar sus estudios?, ¿cuántos podían comprarse una casa a los 2 ó 3 años de estar trabajando?, ¿cuántos podían plantearse tener hijos/as no tardando mucho, ya que disponían del nivel económico y la seguridad laboral necesarios? La mayoría. La sociedad ha cambiado, pero, de alguna manera, nuestras expectativas no lo han hecho, al menos, no del todo.
Como ha podido percibirse a lo largo de todo el artículo, esta batalla se reduce a lo que se espera vs. lo que quiero y/o puedo.
Os invitamos a que tratéis de introducir en vuestro vocabulario la siguiente fórmula:
“¿Qué me estoy pidiendo? ¿Lo que quiero? ¿Lo que puedo? ¿O lo que se espera?”